20 de enero de 2016

Entremeses literarios (CLXXXVI)

BOMBA DE ASPIRACIÓN
Anna Jorba Ricart
España (1952)

Salí del taller del fontanero complacida. Admirada de su profesionalidad en el manejo de tuberías en general y de la suya en particular. Llegado el sábado, inicié con mi marido la comedia de nuestro baño de espuma y sales perfumadas. A la hora prevista quité el tapón y empezó a mover los brazos como un poseso mientras se precipitaba girando hacia el sumidero. Desapareció por el desagüe de la bañera, aspirado por aquel despiadado tobogán que lo engulló hasta el pozo negro. Negro, como el teléfono de mi deseo, que recuerdo sobre su mesa, desde dónde voy a esperar la llamada del eficiente instalador.


LA LENGUA DE CERVANTES
Rogelio Ramos Signes
Argentina (1950)

Se trataba de una pieza musculosa alojada entre los arcos dentarios propios de los vertebrados, alfombrada de papilas gustativas, y propicia para la expresión verbal. En estos parajes habíamos dado en llamarla "len­gua de Cervantes". Luego, algunos colaboradores ingleses nos informaron que un órgano de similares características se conocía en el Reino Unido como "lengua de Shakespeare". Por eso es que ahora estamos tratando de comunicarnos con colegas italianos para que nos expliquen qué cosa es lo que ellos denominan "len­gua del Dante". Glosofaringeos, deglutores académicos, perversos de toda laya, más algunos filólogos internacionales preocupados en el tema de las mucosas (que de todo hay en este mundo) trabajan denodadamente para demostrar que Cervantes, Shakespeare y Alighieri son sinónimos. ¡Qué quieren que les diga! No sé. No sé.


IMÁN
Oscar Wilde
Irlanda (1854-1900)

Había una vez un imán y en el vecindario vivían unas limaduras de acero. Un día, a dos limaduras se les ocurrió bruscamente visitar al imán y empezaron a hablar de lo agradable que sería esta visita. Otras limaduras cercanas sorprendieron la conversación y las embargó el mismo deseo. Se agregaron otras y al fin todas las limaduras empezaron a discutir el asunto y gradualmente el vago deseo se transformó en impulso. "¿Por qué no ir hoy?", dijeron algunas, pero otras opinaron que sería mejor esperar hasta el día siguiente. Mientras tanto, sin advertirlo, habían ido acercándose al imán, que estaba muy tranquilo, como si no se diera cuenta de nada. Así prosiguieron discutiendo, siempre acercándose al imán, y cuanto más ha­blaban, más fuerte era el impulso, hasta que las más impacientes declararon que irían ese mismo día, hicieran lo que hicieran las otras. Se oyó decir a algunas que su deber era visitar al imán y que hacía ya tiempo que le debían esa visita. Mientras hablaban, seguían inconscientemente acercándose. Al fin prevalecieron las impacientes y, en un impulso irresistible, la comunidad entera gritó:
- Inútil esperar. Iremos hoy. Iremos ahora. Iremos en el acto.
La masa unánime se precipitó y quedó pegada al imán por todos lados. El imán sonrió, porque las limaduras de acero estaban convencidas de que su visita era voluntaria.


RÍOS
Patricia Nasello
Argentina (1959)

"¿Quién es?, pregunta aterrada aunque no espera respuesta. Los golpes en la precaria puerta continúan, es el viento, la tormenta. Sabe que la creciente arrasará su choza e intuye que ha ocupado demasiados minutos procurando salvar sus míseras pertenencias; el río, esta vez, no le dará tiempo". Marca con un doblez la página del libro con el que intenta distraer esa rabia angustiosa que la domina. "Como un río manso", piensa mientras escucha los redobles de tambor de la manifestación que avanza.
Desde el tercer piso donde está ubicado el departamento que alquila, mira pasar  hombres, mujeres y niños. Son los trabajadores y sus familias. Trabajadores porque quisieran trabajar, pero están desocupados. Como un río que crece minuto a minuto sin herir ni amenazar a nadie, al contrario: él es el perjudicado. Aunque no se cuenta entre los que han recibido el odioso telegrama de despido, sabe que debería estar allí abajo, con ellos, apoyando. Desconoce qué forma de inacción o cobardía la mantiene inmóvil. La mantuvo inmóvil, porque ya se apresura en tomar campera y paraguas (una llovizna persistente, helada, moja la ciudad).
El timbre del portero eléctrico interrumpe la tarea de subir el cierre al abrigo.
- ¿Quién es? -pregunta son una sonrisa. Supone se trata de la broma inocente de alguno de los niños.
- Correo Argentino -gruñe una voz desconocida.


PASEO NOCTURNO
Rubem Fonseca
Brasil (1925)

Llegué a la casa cargando la carpeta llena de papeles, relatorios, estudios, investigaciones, propuestas, contratos. Mi mujer, jugando solitario en la cama, un vaso de whisky en el velador, dijo, sin sacar lo ojos de las cartas, estás con un aire de cansado. Los sonidos de la casa: mi hija en su dormitorio practicando impostación de la voz, la música cuadrafónica del dormitorio de mi hijo. ¿No vas a soltar ese maletín?, preguntó mi mujer, sácate esa ropa, bebe un whisky, necesitas relajarte. Fui a la biblioteca, el lugar de la casa donde me gustaba estar aislado, y como siempre no hice nada. Abrí el volumen de pesquisas sobre la mesa, no veía las letras ni los números, yo apenas esperaba. Tú no paras de trabajar, apuesto a que tus socios no trabajan ni la mitad y ganan la misma cosa, entró mi mujer en la sala con un vaso en la mano, ¿ya puedo mandar a servir la comida? La empleada servía a la francesa, mis hijos habían crecido, mi mujer y yo estábamos gordos. Es aquel vino que te gusta, ella hace un chasquido con placer. Mi hijo me pidió dinero cuando estábamos en el cafecito, mi hija me pidió dinero en la hora del licor. Mi mujer no pidió nada: teníamos una cuenta bancaria conjunta. ¿Vamos a dar una vuelta en el auto? Invité. Yo sabía que ella no iba, era la hora de la teleserie. No sé qué gracia tiene pasear en auto todas las noches, también ese auto costó una fortuna, tiene que ser usado, yo soy la que se apega menos a los bienes materiales, respondió mi mujer.
Los autos de los niños bloqueaban la puerta del garaje, impidiendo que yo sacase el mío. Saqué los autos de los dos, los dejé en la calle, saqué el mío y lo dejé en la calle, puse los dos carros nuevamente en el garaje, cerré la puerta, todas esas maniobras me dejaron levemente irritado, pero al ver los parachoques salientes de mi auto, el refuerzo especial doble de acero cromado, sentí que mi corazón batía rápido de euforia. Metí la llave en la ignición, era un motor poderoso que generaba su fuerza en silencio, escondido en el capó aerodinámico. Salí, como siempre sin saber para dónde ir, tenía que ser una calle desierta, en esta ciudad que tiene más gente que moscas. En la Avenida Brasil, allí no podía ser, mucho movimiento. Llegué a una calle mal iluminada, llena de árboles oscuros, el lugar ideal. ¿Hombre o mujer?, realmente no había gran diferencia, pero no aparecía nadie en condiciones, comencé a quedar un poco tenso, eso siempre sucedía, hasta me gustaba, el alivio era mayor. Entonces vi a la mujer, podía ser ella, aunque una mujer fuese menos emocionante por ser más fácil. Ella caminaba apresuradamente, llevaba un bulto de papel ordinario, cosas de la panadería o de la verdulería, estaba de falda y blusa, andaba rápido, había árboles en la acera, de veinte en veinte metros, un interesante problema que exigía una dosis de pericia. Apagué las luces del auto y aceleré. Ella solo se dio cuenta de que yo iba encima de ella cuando escuchó el sonido del caucho de los neumáticos pegando en la cuneta. Le di a la mujer arriba de las rodillas, bien al medio de las dos piernas, un poco más sobre la izquierda, un golpe perfecto, escuché el ruido del impacto partiendo los dos huesazos, desvié rápido a la izquierda, un golpe perfecto, pasé como un cohete cerca de un árbol y me deslicé con los neumáticos cantando, de vuelta al asfalto. Motor bueno, el mío, iba de cero a cien kilómetros en once segundos. Incluso pude ver el cuerpo todo descoyuntado de la mujer que había ido a parar, rojizo, encima de un muro, de esos bajitos de casa de suburbio.
Examiné el auto en el garaje. Con orgullo pasé la mano suavemente por el guardabarros, los parachoques sin marca. Pocas personas, en el mundo entero, igualaban mi habilidad en el uso de esas máquinas. La familia estaba viendo televisión. ¿Ya diste tu paseíto, ahora estás más tranquilo?, preguntó mi mujer, acostada en el sofá, mirando fijamente el video. Voy a dormir, buenas noches para todos, respondí, mañana voy a tener un día horrible en la compañía.


EL HOMBRE SIN PATRIA
Francesc Barberá Pascual
España (1979)

Un equipo de prestigiosos psicólogos americanos elaboró un test para medir el patriotismo. El cuestionario se administró a toda persona mayor de edad que llevara diez o más años residiendo en el país. Los resultados fueron realmente satisfactorios. A excepción de un caso. El sujeto en cuestión, natural de Wisconsin, había obtenido una puntuación extremadamente baja. Inmediatamente fue sometido a un exhaustivo examen. Se le presentaron una serie de estímulos como la bandera o el himno nacional ante los cuales no generó ninguna respuesta fisiológica. La sorpresa inicial se volvió preocupación cuando además descubrieron que nunca había empuñado un arma.


EL MARAVILLOSO ADJETIVERO DE MI PRIMO LEN
Walter Braden Finney
Estados Unidos (1911-1995)

Mi primo Len encontró su maravilloso adjetivero en una casa de empeños. Suele visitar las casas de empeño de la Segunda Avenida porque, según dice, son un alivio comparadas con la naturaleza. Al primo Len no le gusta mucho la naturaleza. Se pasa la mayor parte del tiempo al aire libre juntando material para "El sabor y el saber de los bosques", una sección que escribe, y dice que preferiría ser plomero. Así que recorre las casas de empeños en el tiempo libre, llevándose equipos de proyección estereoscópica (vistas de la Feria Mundial, Chicago, 1893), relojes que dan la hora sonoramente y caballitos de porcelana que sostienen escarbadientes en la boca. Mi mujer y yo admiramos mucho estos objetos. Hemos estado viviendo con el primo Len desde que salí del Ejército mientras esperamos conseguir casa propia. Así que también admiramos el adjetivero. Tenía la elegancia de líneas de una toma de incendios, aunque era un poco más pequeño y de peltre. Creíamos que se trataba de un salero y también el primo Len lo pensó. Descubrió que en realidad se trataba de un adjetivero cuando estaba trabajando en su artículo, al día siguiente de comprarlo.
"Las ramas enjoyadas de la foresta hechizada están fúnebremente silenciosas", había escrito. "La mano helada como de acero del invierno ha aquietado su verde murmullo estival. Y las notas argentinas, como de flauta, de sus innumerables aves tornasoladas han desaparecido". A esta altura, como es natural, se tomó un descanso. Y empezó a examinar el salero. Le estudió la parte inferior en busca de la marca de fábrica haciéndolo girar en las manos, con la tapa a dos centímetros y medio de lo que había escrito, y un momento después vio que el manuscrito había cambiado. "Las ramas de la foresta están silenciosas" leyó. "La mano del invierno ha aquietado su murmullo. Y las notas de las aves han desaparecido". Ahora bien, el primo Len no es ningún tonto y reconoce una mejora cuando la ve. Volvió a poner manos a la obra, escribiendo con el estilo de siempre, pero esta vez redactó un artículo dos veces más extenso. Y después le aplicó el adjetivero, moviéndolo de aquí para allá como un magneto, recorriendo cada línea. Y los adjetivos y los adverbios desaparecían de la página con un leve silbido, como partículas de pelusa dentro de una aspiradora.
Cuando terminó, el artículo tenía la extensión exacta y el estilo más agudo y límpido imaginable. Por primera vez, como lo comprendió el primo Len, el artículo parecía decir algo. Luisa, mi mujer, dijo que casi daban ganas de salir e ir a los bosques, pero el primo Len no pensaba que eso estuviera bien. Desde entonces mi primo Len usó el adjetivero en todos los artículos, y mediante la experimentación descubrió que, a dos centímetros y medio de distancia del papel, absorbía todos los adjetivos, hasta los más pesados. A cuatro centímetros, sólo adjetivos de peso mediano, y a cinco, sólo los de tres o cuatro letras. Gracias a un cuidadoso control, mi primo Len ha podido producir artículos sobre la naturaleza cuya masa de lectores ha crecido día a día. "Es el mejor material de lectura del diario, junto a las necrológicas", le escribió una anciana. Lo que ella quiere decir, me explicó Len, es que el artículo que se publica junto a las necrológicas, en la página, es el mejor material de lectura en todo el diario.
Mi primo Len siempre espera hasta que nosotros estemos en casa para vaciar el adjetivero: nos gusta estar presentes. Se llena una vez por semana y Len desenrosca la tapa y, golpeándole el fondo como si fuera una botella de salsa de tomate, lo vacía por la ventana que da a la Segunda Avenida. Y allí, atrapados por la brisa, los adjetivos y los adverbios flotan sobre la calle y las veredas como una nube de confites casi invisibles. En cierto modo se asemejan a fideos en miniatura de una sopa de letras, unidos entre sí y hechos con el más delgado celofán. No se los puede ver a menos que la luz sea la indicada, y en su mayor parte son incoloros. Algunos tienen delicados tonos pastel, sin embargo, "muy", por ejemplo, es rosa pálido; "exuberante" es verde, desde luego; e "indudable" de un color gris sucio. Y hay una palabra, la favorita del primo Len cuando más odia a la naturaleza, que se parece a un trozo de la tirilla roja y brillante que cierra los paquetes de cigarrillos. Tal palabra no puede ser revelada en un relato que puede ser leído por las familias. La mayor parte de las veces los adjetivos y los adverbios sencillamente caen a la calle y desparecen como copos de nieve al tocar el asfalto. Pero en ocasiones, cuando tenemos suerte, caen de lleno en una conversación. Un día la señora Gorman pasaba bajo la ventana con la señora Miller. Venían de hacer las compras. Y una pequeña ráfaga de adjetivos y adverbios cayó exactamente en medio de lo que decía. "Los precios, en estos días apacibles -señaló- son evanescentes, trascendentales y sencillamente impresionantes. Toma en cuenta mis maníacas palabras: las cosas están yendo directa y superlativamente para el centelleante, indomable y alegórico carajo". La señora Gorman se quedó bastante sorprendida, desde luego, pero afrontó la situación con elegancia, sonriéndole con majestad y condescendencia a la señora Miller. Siempre había sostenido que sus antepasados eran reyes: ahora pretende que además eran poetas.
Una vez le sugerí al primo Len que conservara los adjetivos, los envasara en frascos o latas prolijamente etiquetadas, y los vendiera a las agencias publicitarias. Sin embargo Len señaló que no le alcanzaría la vida entera para suministrarles las cantidades necesarias. Aún así, conservamos varias cajas de zapatos llenas que llevamos con nosotros cuando hicimos un viaje turístico a Washington. Y allí, en la galería para visitantes que da sobre el Senado, las vaciamos con prudencia en dirección a un enorme ventilador eléctrico dirigido hacia abajo. Se desparramaron en una gran nube y bajaron derivando a través de un animado debate. Sin embargo algo debe haber fallado esta vez, porque las cosas no sonaron distintas en absoluto.
Aún seguimos empleando el maravilloso adjetivero y los artículos del primo Len mejoran sin cesar. Hace poco apareció una recopilación reunida en un volumen, que probablemente ustedes han leído. Y se habla de vender los derechos cinematográficos. A nosotros también nos resulta útil el adjetivero para redactar telegramas, y yo lo usé, por lo general a una distancia de cuatro centímetros, para escribir esto. Por eso es tan breve, desde luego.


INFLUENCIAS
Laura Elisa Vizcaíno
México (1984)

Soñé que soñaba con un lugar común, en el que mi otro yo pretendía revelarme la verdad absoluta. De repente Borges me sacó del primer sueño, ahogándome con una almohada y gritando algo sobre los derechos de autor. Cuando desperté de verdad, fui directo a mi biblioteca y quemé todos los libros del envidioso.


LA CABEZA DEL PERRO
Arthur Conan Doyle
Escocia (1859-1930)

Estoy arrellanado en el sillón junto a la chimenea donde crepita el fuego. Tengo la copa de coñac en la mano derecha. Con la mano izquierda, caída descuidadamente, acaricio la cabeza de mi perro... hasta que descu­bro que no tengo perro.


PRIMER SUEÑO: UN INSECTO
Ramon Rodó Carrero
España (1958)

Mi padre, más anciano de lo que le llegué a conocer, sentado en una silla baja y con las piernas cruzadas, intenta explicarme, lúcido y calmado, que, ya desde mi infancia, habita en mi oído izquierdo un insecto de respetables proporciones, que no ha sido posible hacerle abandonar su escondite, y que, ahora, este médico (y señala una especie de Dr. Swartz, armado con un instrumental digno del Jeremy Irons de Inseparables) va a intentar acabar con él dentro de mi oído para extraerlo posteriormente a trozos. El médico musita algo que no entiendo y que luego interpreto como "el proceso es doloroso". Entonces me veo de pronto siendo niño, y recuerdo repentinamente haber visto en el espejo las largas patas de ese negro insecto moviéndose, asomando por mi oído.