28 de febrero de 2016

Homero Alsina Thevenet. Algunas sugerencias para periodistas (y cronistas y escritores) modestos

“El País”, diario uruguayo fundado en septiembre de 1918, publica los primeros viernes de cada mes “El País Cultural”, uno de sus diversos suplementos y tal vez el más prestigioso. Inaugurado por Homero Alsina Thevenet (1922-2005) y acompañado desde su origen por los escritores Elvio Gandolfo (1947), Rosario Peyrou (1948) y Álvaro Buela (1961), ha sido a lo largo del tiempo el responsable de un análisis serio de la cultura uruguaya y hoy es objeto de colección: los puestos de libros de la feria dominguera de Tristán Narvaja, en Montevideo, venden los números atrasados. Editado por primera vez en octubre de 1989 con dieciséis páginas en blanco y negro (y un breve toque de sepia en la tapa), impuso desde un principio a sus colaboradores una suerte de decálogo de instrucciones basado en los conceptos que el profesor de Inglés de la Cornell University y ensayista William Strunk (1869-1946) incluyese en su “The elements of style” (Los elementos del estilo). “La escritura vigorosa es concisa -decía el escritor estadounidense-. Una frase no debe contener palabras innecesarias, ni un párrafo debe contener frases innecesarias, por el mismo motivo por el que un dibujo no deberá tener líneas innecesarias ni una máquina partes innecesarias. Esto no supone que el escritor haga cortas todas sus frases, ni que evite los detalles ni que trate sus temas sólo en líneas generales, sino que Toda Palabra Importe”.
El gran impulsor de estos preceptos fue el periodista y crítico cinematográfico Alsina Thevenet, quien se encargó en reiteradas oportunidades de impartirlos a los jóvenes periodistas que ingresaban al plantel editorial el diario. Lo hizo personalmente y lo escribió en diversas secciones de miscelánea humorística como “La Mar en Coche” del semanario “Marcha”, en “Consejos al periodista incipiente” de la revista “Cine Radio Actualidad” y en “Mondo Cane” de “El País”. También en su libro “Enciclopedia de datos inútiles” bajo el título de “Algunas sugerencias para periodistas modestos”. Pero tal vez donde mejor se explayó sobre el tema fue en la conferencia que pronunció en mayo de 1998 en San José de Costa Rica, en el ámbito del Encuentro de Suplementos Culturales que patrocinó la Universidad Nacional de ese país centroamericano. Lo que sigue es un extracto de los conceptos volcados por el periodista, tanto en la obras como en la conferencia mencionadas.

Comience toda nota en el centro del tema, especialmente si el propósito es informativo. Las primeras líneas deben apresurarse a establecer “qué”, “quién”, “dónde, cuándo”. El “cómo” puede esperar al segundo párrafo. Elimine al máximo el “yo”, el “nosotros”, los otros pronombres respectivos (“me”, “mí”, “nos”) y los verbos en primera persona del singular y del plural. El enfoque gramatical de primera persona debe reservarse para aquello que es absolutamente intransferible.

Un redactor puede contar su amistad con un escritor fallecido en fecha reciente, y la primera persona es necesaria. Un redactor puede ser judío y contar su experiencia con el antisemitismo, en tal o cual ocasión, y la primera persona es inevitable. Pero el abuso de la primera persona lleva a la pedantería de ponerse en el centro del tema o del párrafo, como cuando un crítico musical escribe: “Nunca escuchamos a esta orquesta tan bien dirigida como...” en lugar de afirmar: “Nunca esta orquesta estuvo tan bien dirigida como...”; o cuando un cronista literario reseña una novela y escribe: “En la página 38 nos encontramos, para nuestra sorpresa, con que...”.

Salvo casos de extrema necesidad, elimine los signos de interrogación; el lector quiere respuestas y no preguntas. Evite los signos de admiración: el concepto deberá ser bastante asombroso con sólo enunciarlo sin que usted le coloque una bandera encima. Elimine las referencias al hecho mismo de estar escribiendo una nota. Sea un espejo sin decir “aquí estoy como un espejo”. La prosa tersa no se dobla sobre sí misma.

Se deben eliminar rodeos y larguezas y preferir la palabra concreta a la abstracta. Evite las preguntas puramente retóricas (para contestarlas en la frase siguiente) y los paréntesis extensos que desvían la atención del texto. Un título periodístico llega a alargarse para llenar espacios, como: “Se experimentaron precipitaciones pluviales en todo el sur de la república”, pero siempre será mejor que usted escriba llanamente: “Llovió en todo el sur del país”. Reescriba toda vez que pueda hacerlo. Si tiene a mano un lector que ignore el tema, confíele una primera revisión del texto. Si él no entiende algo, la culpa es de usted. El dueño de su prosa no es usted, ni su jefe de redacción, ni su director. El dueño de su prosa es su lector.

Prefiera la frase positiva en lugar del doble negativo. Prefiera el dato concreto en lugar del aproximado. No adelante lo que dirá después, ni retroceda a reiterar lo que ya dijo. Sea moderado con adverbios y adjetivos. No los acumule si son similares entre sí. Reúnalos cuando sean complementarios. Cuide los paréntesis y los entreguiones. El paréntesis que excede las dos líneas cobra vida propia y obliga a rehacer la frase.

Haga uso del sentido común para saber lo que el lector digiere y lo que no; observe detalles, infórmese bien, explique el “cómo” y el “por qué”, corte las palabras difíciles, elimine los párrafos largos, evite los puntos suspensivos y la imprecisión en datos que pueden ser precisos como sitios o fechas. La precisión tiene una virtud: convence psicológicamente al lector. Un dato equivocado lo hace desconfiar.

Cuide con extrema precisión los datos. Todo debe ser verificado y correcto. Eso es particularmente cierto en la ortografía de nombres propios extranjeros y en la mención de fechas, dos puntos que no admiten equívocos. Hay que escribir bien los nombres difíciles, o que suelen provocar errores, como Nietzsche o Marilyn Monroe o Graf Zeppelin o Laurence Olivier. Y tampoco alcanza con no equivocarse en las fechas sino que es necesario apuntarlas con precisión. En lugar de decir que la Guerra Civil Española ocurrió hace varias décadas, es más eficaz apuntar el paréntesis 1936-1939. En lugar de escribir que Fulano de Tal tiene cincuenta y tantos años, será mejor escribir que nació en 1947. Las versiones vagas no mienten, pero las versiones precisas infunden al lector una sensación de seguridad.

Procure utilizar un lenguaje accesible. Se debe llegar al lector común y en esto se tienen dos adversarios: uno es ese mismo lector común al que se debe conquistar haciendo fácil la lectura de los temas culturales. Si no se lo apresa en las primeras ocho líneas, se va. Y si se va, no vuelve. Otro adversario peor es el colaborador de formación académica, que quiere lucirse y que por tanto utiliza las palabras difíciles: “heteróclito”, “lúdico”, “mediático”, 
“gnosis”, “fonemas”, “sintagmas”, “sinécdoque”, “intercontextualización” y muchas otras.

Un derivado de esto es que se debe volcar los temas difíciles a las palabras fáciles. En la prosa difícil suele incurrir el redactor espontáneo, y no siempre por el lenguaje rebuscado o el abuso de las esdrújulas. Se le ocurre una idea adicional a lo que está escribiendo, así que intercala una frase derivada que le lleva cuatro líneas y que hace perder al lector la ilación de lo leído antes. Una variable habitual es el paréntesis con el dato que debió ser dicho antes, o que quizás no importe, y que también se extiende hasta romper la frase. Un principio gramatical poco respetado es que la frase debe ser leída con total coherencia, como si el paréntesis no existiera. En esos casos, el redactor se ha respetado a sí mismo, con sus vueltas mentales, pero no ha respetado al lector.

Lo anterior lleva a recordar algunos consejos de Gabriel García Márquez, en sus cursos de Barranquilla, que han sido reflejados por asistentes al colegio. Recomienda cuidar la respiración normal del lector. La frase larga y complicada lo deja sin aliento. La promesa de lo que se dirá más adelante puede ser un paso atrás si después no cumple la expectativa. Los datos inútiles complican la prosa. Los datos necesarios deben estar incluidos y ninguna frase debe ser incomprensible o contradictoria o confusa. El comienzo de una nota debe tener un “gancho” de interés. El fin de una nota debe ser una culminación de lo escrito, aunque sólo tenga pocas palabras.

¡Por favor no descubra la América, que ya está descubierta! No inaugure sus actividades de colega amateur creyendo ingenuamente que nadie antes de usted había visto los dramas y las comedias de este mundo. Es necesario estar siempre “de vuelta” de todo, incluso de sí mismo, y para eso es necesario mover el cerebelo, leer, pensar, charlar, pasear, tener impertinencias súbitas y decirle al tipo lo que no se animaba a decirle. Despiértese, hombre. La vida es acción, el arte es acción, y su derrame de adjetivos dichos desde un solo sitio es un error de ubicación, sólo perdonable si usted está hablando de una inmóvil, dura pero elocuente estatua.


P.D.: A propósito: trate de escribir con menos puntos y aparte. Ponga verbos en todas las frases. Use menos mayúsculas. Conserve la ilación y el sentido de lo que escribe (no haga como nosotros). Léase “La risa” de Bergson. Conmuévase menos ante los dramas hondos. Evite toda definición que no sea ingeniosa. Lea a Bernard Shaw. No sea tímido. Lea a Sinclair Lewis. Reconozca que era muy malo lo que usted escribía hace dos años. Disculpe.