16 de abril de 2016

Martín Gardella: "En un microrrelato se trata de decir mucho con pocas palabras procurando que nada sobre, porque una palabra de más puede arruinar el efecto de un texto"

En los últimos años el microrrelato ha obtenido un lugar prominente y predominante en las letras hispanoamericanas. La construcción narrativa que surgiera en Latinoamérica en la primera mitad del siglo XX ha ido, con el paso del tiempo, situándose dentro del campo literario hasta constituir un verdadero “boom”, siendo hoy motivo de infinidad de antologías, concursos, talleres, editoriales, blogs y páginas web, un hecho que no implica necesariamente que tenga éxito comercialmente hablando. El crítico literario y escritor argentino David Lagmanovich (1927-2010), no sólo un exquisito cultor sino también un destacado investigador que contribuyó a sentar las bases críticas del género, afirmaba que los microrrelatos son “brevísimas construcciones narrativas, cuentos concentrados al máximo, bellos como teoremas; relatos esenciales, exigentes para con el lector pero también dadores de un placer análogo al que proporciona el poema”. Sin embargo, dada la magnitud que ha alcanzado el fenómeno, se hace a veces complicado hallar uno de estos “teoremas”. La profusión vertiginosa, la abundancia de propuestas, ha conseguido que resulte difícil tener una visión más o menos clara de lo que se produce. Así como existen autores meticulosos y originales, los hay también toscos y ordinarios que con la banalidad de sus textos han contribuido al abaratamiento del género. Probablemente esto ocurra ya que, tal con asegura la ensayista venezolana Violeta Rojo (1959), “la minificción es un artefacto literario experimental, lúdico, intertextual, extraviado del canon”, para agregar luego en defensa del género: “En las buenas expresiones literarias no hay pureza y los géneros pueden desaparecer, fundirse, entremezclarse”. Martín Gardella (1973), escritor, abogado y profesor universitario, es justamente uno de los autores argentinos que cultivan el género con mayor destreza. Ha publicado los libros de microrrelatos “Instantáneas”, “Los chicos crecen” y “Caramelos masticables. Microficciones para leer en un recreo”. También ha compilado y prologado “Brevedades. Antología argentina de cuentos re-breves”, y muchos de sus textos han sido incluidos en múltiples antologías y traducidos a varias lenguas. Para él, el hecho de que los microrrelatos sean breves no implica que no sean complejos. “Lo que distingue a la microficción es la forma en que se escribe, particularmente a través del uso de los silencios”, afirma. “Las ideas que se facilitan se pueden llegar a completar de formas tan variadas como lectores puedan existir”, agrega quien desde 2010 es miembro fundador e integrante del comité editorial de “Internacional Microcuentista”, una revista electrónica de microrrelatos y otras brevedades. Además conduce, todos los sábados de 9 a 11 AM por FM Noventa, el programa radial “El Living sin Tiempo”, primer ciclo dedicado a la microficción. En la siguiente entrevista realizada por Laura Verdile para la revista digital “Primera Piedra” publicada el 12 abril del corriente año, Gardella habla sobre inicios como escritor y da su visión sobre el mundo de las brevedades literarias.


¿Cómo definirías la microficción?

Mucha gente define a la microficción como un texto breve, pero no creo que la brevedad sea el elemento característico que la diferencie de otros géneros. Es un tema  que se viene discutiendo desde hace muchos años, sobre el que se ha tratado de buscar un consenso, sobre todo entre los académicos. A mí me parece que lo que distingue a la microficción es la forma en que se escribe, particularmente a través del uso de los silencios. Es más lo que no se cuenta que lo que sí, y lo que el lector genera en su propia cabeza que lo que el escritor puede llegar a decir. Las ideas que se facilitan se pueden llegar a completar de formas tan variadas como lectores puedan existir. Hay algunos juegos o métodos muy usados o conocidos, como es el de la intertextualidad, por eso se escriben muchas microficciones sobre personajes de literatura clásica. La brevedad exige recurrir a la enciclopedia del lector, recurrir a los conocimientos previos y para eso se pueden usar personajes conocidos. Una de las cosas que caracteriza al género es el hecho de no tener que definir a los personajes exhaustivamente. No interesan las descripciones.

¿Se podría hablar entonces de la concisión como una característica?

Claro, la condensación de sentido, tratar de decir mucho con pocas palabras, procurando que nada sobre, porque una palabra de más puede arruinar el efecto de un texto. Otra técnica es también la del uso de los paratextos, que permiten jugar de distintas formas. Está el caso típico del texto de Luisa Valenzuela, titulado “El sabor de una medialuna a las nueve de la mañana en un viejo café de barrio donde a los noventa y siete años Rodolfo Mondolfo todavía se reúne con sus amigos los miércoles a la tarde”. El único cuerpo del texto de ese microcuento es “Qué bueno”.

Respecto de las características del género, Raúl Brasca ha mencionado, por ejemplo, que se tiene que buscar cierta “cualidad de impacto” para sorprender al lector.

Sí, el uso del asombro es también otra técnica muy utilizada. El impacto es importante, porque de lo contrario el texto estaría condenado al olvido, pero en realidad la sorpresa no es necesariamente esencial. Hay muchas microficciones que funcionan muy bien sin que tengan un giro. El final sorpresivo atrapa, pero también hay cuentos con esas mismas características en el último párrafo. En el chiste también se puede sorprender al lector con un remate, pero no es lo mismo que una microficción, como a veces se suele confundir. Que los microrrelatos sean breves, no significa que no sean complejos.

¿Se podría hablar de un género híbrido? Por ejemplo, la microficción puede, en algunos casos, tener también algunos puntos de contacto con la poesía.

La poesía y la microficción son muchas veces países limítrofes donde las fronteras no están muy claras y pueden llegar a solaparse. Se pueden tener microficciones que sean poesía en prosa por su contenido lírico. María Rosa Lojo, por ejemplo, que es reconocida por sus poesías en prosa, ha reeditado sus textos como microficciones. No hay una regla específica a nivel local o mundial. He entrevistado a una gran cantidad de académicos y escritores de microficción de varios países de Latinoamérica y ninguno ha hecho delimitaciones precisas. Por eso se dice que este es un género “desgenerado”, un género sin género.

¿Encontrás alguna relación entre la microficción y los ritmos acelerados de la contemporaneidad?

Con el paso de los años, fui cambiando mi pensamiento en relación a ese tema. Cuando empecé a meterme en la microficción, creía que era el género del momento y eso en realidad resultó ser falso, porque en una librería, lo que venden, son las novelas. Creo, sin embargo, que es un género que se adapta bien a las nuevas tecnologías, que se puede leer fácilmente en una pantalla y eso ayuda a que tenga un cierto impulso. Pero no sé si se puede hablar de un auge, porque no muchos conocen el género y además, los títulos disponibles son muy pocos, porque las ediciones de microficción suelen ser de pocos ejemplares y de baja distribución. Mientras eso no cambie, no habrá una explosión del género. Por eso he relegado en cierto modo mi trabajo de autor para priorizar la difusión. Hay varios autores nuevos que no se conocen y también mucha confusión respecto de los textos que pueden ser considerados microficciones. No es lo mismo lo que se habla de microrrelato en Argentina que lo que se puede decir en España o en México, por ejemplo. Creo que las microficciones tienen mucho para ganar en otros terrenos como pueden ser la red, la radio, diarios o revistas, porque son espacios en donde pueden empezar a colarse, a diferencia de otros géneros como la novela, que no puede aparecer en esos medios por una cuestión de extensión.

En una entrevista para “Primera Piedra”, Ana María Shua mencionó que nuestra sociedad, a pesar de tener poco tiempo para leer, prefiere novelas extensas con las se hace una sola vez el esfuerzo de entrar en un mundo nuevo, en lugar de elegir microficciones, que exigen un mayor trabajo de lectura porque cada relato representa un universo distinto. ¿Qué opinás al respecto?

Sí, eso es verdad. Creo que es distinta la lectura que requiere uno u otro género. Mi primer libro tiene ciento cincuenta y cuatro textos y hay gente que lo ha leído todo en un día, como si fuese una unidad, sin que se pueda en realidad procesar lo que se leyó. Ani Shua dice, al respecto, que habría que leer cuatro o cinco textos y parar. La falta de tiempo no te lleva necesariamente a la lectura breve, eso se ve en las novelas que son “best-seller”, como mencionaba antes. Por otro lado, tampoco es fácil escribir microficción. De hecho, muchos novelistas dicen que no se animan a la microficción, que les resulta sumamente difícil, además de que para muchos escritores es poco tentador un género que no vende libros, hay que tener mucho amor por la escritura para emprender este camino.

Antes mencionaste que los libros de microficción son de baja distribución. ¿Qué posibilidades creés que tenga el género dentro del mercado editorial en un futuro?

Me parece que el futuro o la apuesta está en otros mercados. Si bien durante mucho tiempo dije que la microficción no era para chicos porque requiere de un lector calificado que además pueda entender las referencias a las técnicas de intertextualidad, comencé a ver que muchos textos pueden funcionar para un nivel Primario, por ejemplo. Así surgió “Caramelos Masticables. Microficciones para saborear en un recreo”, una apuesta que hizo la editorial Hola Chicos con mi libro, que funciona muy bien para un 5° o 6° grado. Quizás ahí esté la clave para que la microficción logre una mayor difusión, que sea incluido como un género más dentro de la currícula escolar. He dialogado con muchos educadores que están de acuerdo. En un futuro, podría funcionar.

¿Cómo comenzaste a escribir microficciones?

Empecé a escribir cosas cortas sin saber qué eran. Con un compañero de trabajo hicimos una revista dentro de la empresa y empezamos a publicar producciones propias. Después, mi compañero tuvo la idea de organizar un concurso de cuentos de 50 palabras. No lo llegamos a hacer, pero empecé a practicar la escritura de textos cortos que después fui subiendo a un blog con el que luego publiqué Instantáneas, mi primer libro. En 2010, creamos con un grupo de escritores con los que nos conocíamos virtualmente la Internacional Microcuentista. Originalmente, fuimos cinco miembros que solíamos leer y criticar mutuamente nuestras producciones. A diferencia de lo que muchos creen, no éramos expertos en el género, sino jóvenes ávidos de aprender que además buscábamos difundir la microficción de nuestros países. Creamos así un sitio en donde reunimos en un solo lugar autores consagrados, autores nuevos, reseñas, críticas literarias y entrevistas.

¿Con la Internacional organizaron el Primer Coloquio de Microficción del país?

Sí. En Argentina ya se venían organizando las Jornadas Nacionales de Microficción cada dos años, que siempre fueron encuentros académicos, organizados por universidades. La diferencia es que el coloquio fue llevado adelante por escritores. Con Raúl Brasca, buscamos temas de interés que generaron mesas de debate en las que participaron referentes muy importantes además del propio Brasca, como Ana María Shua, Luisa Valenzuela y Eugenio Mandrini. Se habló de procesos creativos, de la relación de la microficción con el ámbito social, la educación, entre muchas otras cosas que podían hacer crecer al género. Vinieron escritores de todo el país y también de Perú y de Chile.

Este año tendrá lugar también el IX Congreso Internacional de Microficción tendrá en Neuquén.

Sí, se realizará del 26 al 28 de julio en la Universidad del Comahue y es la continuación del congreso que hizo en Kentucky, Estados Unidos, hace dos años. Lo novedoso de este espacio es que, después del que se realizó en Bogotá, Colombia, en 2010, cuando se convirtieron en espacios casi exclusivamente académicos, hay nuevamente una apertura a los escritores y estará la posibilidad de que presenten sus textos para calificar en mesas de lectura. Me parece importante que haya un "feedback", que los académicos puedan aprender de los escritores y viceversa, y que se den lugar a las nuevas voces.

¿Qué libros de microficción recomendarías para el que quiere conocer más sobre el género?

Es difícil elegir sólo algunos. Hay muchos autores reconocidos que escribían microficción sin que en realidad hubiera una consciencia del género. Por ejemplo, es el caso de Kafka, 
Cortázar, Denevi o Borges. De los contemporáneos están Raúl Brasca, Ana María Shua, Luisa Valenzuela y Eugenio Mandrini. También hay muy buenas antologías como las de Clara Obligado, “Por favor sea breve” I y II, y las de Brasca, particularmente “Antología del cuento breve y oculto”.